De vino, fiestas, paladares y dioses varios

El triunfo de Baco. Diego de Silva y Velázquez, 1629

Hace algún tiempo que no escribo. Algunos movimientos internos, un poco de trabajo, una mijita de vida social y, por supuesto, las reuniones familiares propias de estas fechas me han impedido hacerlo. He de decir que me alegra volver, barriga y corazón llenos, a la «rutina» de la isla y a compartir unas letrillas con ustedes.

Aunque estas navidades han sido un tanto extrañas, no he dejado de celebrar con los míos. En mi casa cualquier pequeña alegría es motivo de celebración, y cualquier celebración, por pequeña que sea, siempre va acompañada de vino. No en vano, la palabra vino viene del sánscrito «vena», cuya raíz es «ven», que significa AMOR; de ahí, por ejemplo, que la diosa romana del amor se llamara Venus. Los egipcios ya lo consideraban fuente de vida por su color rojizo tan similar al agua del Nilo, hace unos 5000 años (casi ná!) y lo usaban en sus rituales religiosos; los griegos lo usaban en las fiestas de culto a Dionisos, su dios del vino, para abrir el camino al éxtasis y la liberación (algo parecido a lo que hoy llamamos «exaltación de la amistad», pero a lo bestia); los romanos tampoco se quedaron atrás, y la liaban parda en sus famosas bacanales, o lo que es lo mismo, fiestas en honor a Baco, su dios del vino. Y no hace falta que te cuente, porque ya la conoces de sobra, la estrecha relación entre el vino, la Iglesia y sus celebraciones, empezando por la Eucaristía.

Pues eso, que con ese pasado tan asociado al bebercio, es normal que los españoles gocemos como un cochino en un charco con una buena charla alrededor de una copa de vino (una para cada uno, claro, que ahora con el Covid lo de compartir está chunguete..)

Si para mis padres cualquier día es Navidad, cuando voy a Sevilla (y más en estas fechas) ya es la pera. La comida no empieza cuando te sientas a la mesa, sino que mientras se cocina se saca el variadito previo: Pedro Ximenez para mi madre, manzanilla de Sanlúcar para mi padre, amontillado para mi. Esa es sólo una de las múltiples combinaciones, porque a veces aparecen con moscatel dorado, Porto o vermú casero. Generalmente apuestan por el producto andaluz, por lo que en la mesa suele haber vinos de la Tierra de Cádiz, de Huelva o de la Sierra Norte de Sevilla, pero desde que yo estoy en el ajo, no es raro encontrar por casa vinos de Lanzarote. ¿Cuál de ellos? Te estarás preguntando. Pues depende, ni más ni menos, de lo que me apetezca llevar cada vez. Últimamente me ha dado por pequeños productores, como Guiguan o, más pequeño aún, Bodeguita Vega Volcán, que hace unos 3.000 litros al año (estas dos bodegas me tienen «enamoraíta», así que ya os hablaré de ellas con más calma); la gama de Vega de Yuco ha ido cayendo prácticamente entera desde que vivo en la isla (te he dicho ya que trabajé allí 6 años?) y este año nos bebimos -shhhhhh, que no se entere mi hermano…- un tinto Reserva de Familia 2015 de El Grifo, que hizo mi querido Tomás Mesa, que está para chuparse hasta los dedos de los pies. Como parte de mi familia viene de León, de vez en cuando cae también algún vinazo de El Bierzo (si no has probado la uva mencía, ya estás tardando!) Mi hermano, que es un moderno, trajo este año una edición especial de un vino de Zamora, Tridente, con una etiqueta diseñada por 72kilos, un ilustrador que me encanta. Muy moderno todo, querida, mi hermano es así. Y el vino, todo hay que decirlo, un tempranillo espectacular (al principio engaña, pero déjalo airearse un poco y vas a flipar). Y como somos todos de mente abierta, pues si aparece mi tío Pepe con un champagne francés Veuve Cliquot, pues nos lo mandamos tan a gusto. ¡Qué descubrimiento de champagne, por favor! ¡Que viva el Tito Pepe!

Y tú dirás, ¿y a mí qué me importa lo que beba esta tía en su casa? ¿Y qué tiene que ver todo esto con el rollo de los egipcios y los romanos? Pues amiga, tiene que ver TODO, porque si te gusta el buen vino, disfrutarás cual devoto de Dionisos, de Baco, monje cisterciense o sacerdote de Ra, de cada uno de los vinos que pruebes, desde el que venden a granel en cualquier bodeguita hasta el champagne francés que vete a saber cuando ganas para comprar con tu sueldo (¡Que viva el Tito Pepe!), tal y como hicieron nuestros antepasados. Que para eso lo llevas en la sangre, querida. Porque cuanto más pruebes, más sabrás apreciar un buen vino independientemente de su precio. Y te darás cuenta de que lo importante no es el vino en sí, sino LA EXPERIENCIA que rodea al vino: los sabores que te recordarán el momento durante años, la mesa puesta con «tó sus avíos» (o sea, engalanada) y las risas y el amor con quienes compartiste.

Te animo a probar y probar, con mesura y calidad; a cerrar los ojos cuando des un primer sorbo e intentes captar los aromas, los matices y el alma del vino (que la tiene, te lo juro!). Y que combines los vinetes con unos platillos u otros y disfrutes la experiencia. Lo poquito que sé sobre eso, te lo cuento en otra entrada. Hasta entonces, te deseo un felicísimo 2021 y brindo a tu salud.

8 comentarios en “De vino, fiestas, paladares y dioses varios

  1. Como agua de mayo esperaba yo tu primera entrada de este año que tantas cosas buenas nos va a traer querida. Gracias por alegrarme el día con tus sabias y elocuentes palabras!

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  2. Que me gusta tu blog, sabes que yo no soy muy de bebercio, palabra que me recuerda a tu abuelo, pero contigo me vas a hacer aficionarme a estas alturas.
    ¡Ánimo y sigue dandonos este placer de leerte!

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