¿De dónde viene la uva de Lanzarote?

Contraetiqueta de una botella de Gara Rosado 2018, Bodega Vega de Yuco

El otro día, cenando con una amiga, escuché a un camarero afirmar con rotundidad que es imposible que el vino que se produce en Lanzarote provenga en su totalidad de uva de aquí.

Que si la isla es muy pequeña, que si hay pocas parras, que si no llueve, que si se vende demasiado vino de aquí para la poca uva que hay, que si el abuelo fuma….

Las malas lenguas disfrutan hablando (mal) de cosas que no saben. Eso me apena, pero más aún cuando viene de gente que, aún viviendo de esta tierra, no se preocupa de conocerla ni de comunicarla adecuadamente.

Aquél día me vi en la obligación de intervenir para desmentir algo que, desgraciadamente, no es la primera vez que escucho.

Si a ti también te ha asaltado la duda alguna vez, sigue leyendo.

Te lo cuento todito.

¿Qué es el Consejo Regulador de la Denominación de Origen (C.R.D.O.)?

En pocas palabras, es un organismo que certifica el origen y la calidad del producto que elaboran las bodegas inscritas. Es decir, se asegura de que la uva que se usa para nuestros vinos sea de origen 100% Lanzarote y que la elaboración se realice según unos estándares de Calidad.

El C.R.D.O. Lanzarote se constituyó en el 93 y a él pertenecen no solo bodegas, sino también viticultores.

Tanto unos como otros pagan una cuota de inscripción y tienen que rendir cuentas de la cantidad de uva que recogen y de los litros de vino que embotellan (en el caso de las bodegas), indicando la añada (¡Ojo! La añada es el año en el que se vendimia, no el que se embotella).

Ya te he contado alguna vez que la cantidad de uva recogida puede variar mucho de unos años a otros. Esto se debe, principalmente, a la locura de clima que tenemos aquí.

Al fin y al cabo, estamos en un cachito de tierra casi desértico en mitad del atlántico, por lo que periódicamente sufrimos calima, sequía o lluvias torrenciales, además de un viento del demonio más a menudo de lo que nos gustaría.

Buen tiempo, buenas playas,… eso nadie lo duda. Un paraíso para las personas, un reto para la agricultura.

Estos factores climáticos hacen que podamos pasar de recoger casi cuatro millones de kilos en un año, a superar escasamente el medio millón el año siguiente.

Una de las tareas del Consejo consiste en registrar, durante la vendimia, la cantidad de kilos por variedad, y luego controlar qué se hace con esa uva.

¿Cómo salen los números?

Si has leído alguno de mis artículos anteriores sobre la vendimia, ya sabrás que la uva llega a bodega en cajas de en torno a 20 kg.

Los viticultores, como te digo, tienen que estar registrados previamente en el Consejo, indicando el número de hectáreas que poseen y la variedad de uva que se produce en cada una de ellas.

Cuando la uva llega a bodega, se pesa, se etiqueta con el nombre del viticultor correspondiente (al que el Consejo tiene un número asignado) y se procesa de la manera que el enólogo (o enóloga, que también las hay) considere necesario.

Cada viticultor recibe un ticket o nota indicando la variedad y la cantidad de kilos que ha entregado; toda esa información queda registrada en el sistema de trazabilidad de la bodega.

Diariamente, un técnico del Consejo pasa por las bodegas, comprueba que los procesos de recogida se están realizando correctamente y recibe un listado que incluye la cantidad de kilos que cada viticultor entrega.

Puedes consultar los totales recogidos por año aquí.

El embotellado de vinos terminados se suele hacer por depósitos completos. Cuando el vino está listo, se llama al Consejo, que se lleva una o dos botellas para su análisis y precinta el depósito para que su contenido no pueda ser modificado.

Los resultados de la analítica quedan registrados y la bodega en cuestión pide (compra) al Consejo el número de contraetiquetas que necesita, una por botella. Por ejemplo, si vamos a embotellar 750 litros en botellas de 0.75l, necesitaremos 1.000 contraetiquetas.

750L /0.75L = 1.000 botellas = 1.000 contraetiquetas

¿Qué es una contraetiqueta?

Pues ni más ni menos que el DNI de cada botella, una pegatina que lleva el sello del Consejo Regulador y un numerito correlativo. Y esto por cada bodega, año y tipo de vino.

Periódicamente, las bodegas presentan al ICCA (Instituto Canario de Calidad Agroalimentaria) una relación de los kilos recogidos, los litros que quedan en depósito y las botellas producidas.

Y todos estos números cuadran, oiga.

Vaya, que NO HAY TRAMPA NI CARTÓN.

Detrás de cada botella de vino embotellada en Lanzarote hay un largo proceso que requiere mucho esfuerzo y dedicación por parte de todas las personas implicadas.

Es una pena que todo ese tiempo, conocimientos e ilusión que se pone para conseguir un vino de calidad se vea despreciado por quien, a la ligera, opina antes de informarse.

Gracias por no ser una de esas personas.

Si te han quedado dudas o tienes algo que aportar, ¡escríbeme! Me encanta saber de ti.

De vino, fiestas, paladares y dioses varios

El triunfo de Baco. Diego de Silva y Velázquez, 1629

Hace algún tiempo que no escribo. Algunos movimientos internos, un poco de trabajo, una mijita de vida social y, por supuesto, las reuniones familiares propias de estas fechas me han impedido hacerlo. He de decir que me alegra volver, barriga y corazón llenos, a la «rutina» de la isla y a compartir unas letrillas con ustedes.

Aunque estas navidades han sido un tanto extrañas, no he dejado de celebrar con los míos. En mi casa cualquier pequeña alegría es motivo de celebración, y cualquier celebración, por pequeña que sea, siempre va acompañada de vino. No en vano, la palabra vino viene del sánscrito «vena», cuya raíz es «ven», que significa AMOR; de ahí, por ejemplo, que la diosa romana del amor se llamara Venus. Los egipcios ya lo consideraban fuente de vida por su color rojizo tan similar al agua del Nilo, hace unos 5000 años (casi ná!) y lo usaban en sus rituales religiosos; los griegos lo usaban en las fiestas de culto a Dionisos, su dios del vino, para abrir el camino al éxtasis y la liberación (algo parecido a lo que hoy llamamos «exaltación de la amistad», pero a lo bestia); los romanos tampoco se quedaron atrás, y la liaban parda en sus famosas bacanales, o lo que es lo mismo, fiestas en honor a Baco, su dios del vino. Y no hace falta que te cuente, porque ya la conoces de sobra, la estrecha relación entre el vino, la Iglesia y sus celebraciones, empezando por la Eucaristía.

Pues eso, que con ese pasado tan asociado al bebercio, es normal que los españoles gocemos como un cochino en un charco con una buena charla alrededor de una copa de vino (una para cada uno, claro, que ahora con el Covid lo de compartir está chunguete..)

Si para mis padres cualquier día es Navidad, cuando voy a Sevilla (y más en estas fechas) ya es la pera. La comida no empieza cuando te sientas a la mesa, sino que mientras se cocina se saca el variadito previo: Pedro Ximenez para mi madre, manzanilla de Sanlúcar para mi padre, amontillado para mi. Esa es sólo una de las múltiples combinaciones, porque a veces aparecen con moscatel dorado, Porto o vermú casero. Generalmente apuestan por el producto andaluz, por lo que en la mesa suele haber vinos de la Tierra de Cádiz, de Huelva o de la Sierra Norte de Sevilla, pero desde que yo estoy en el ajo, no es raro encontrar por casa vinos de Lanzarote. ¿Cuál de ellos? Te estarás preguntando. Pues depende, ni más ni menos, de lo que me apetezca llevar cada vez. Últimamente me ha dado por pequeños productores, como Guiguan o, más pequeño aún, Bodeguita Vega Volcán, que hace unos 3.000 litros al año (estas dos bodegas me tienen «enamoraíta», así que ya os hablaré de ellas con más calma); la gama de Vega de Yuco ha ido cayendo prácticamente entera desde que vivo en la isla (te he dicho ya que trabajé allí 6 años?) y este año nos bebimos -shhhhhh, que no se entere mi hermano…- un tinto Reserva de Familia 2015 de El Grifo, que hizo mi querido Tomás Mesa, que está para chuparse hasta los dedos de los pies. Como parte de mi familia viene de León, de vez en cuando cae también algún vinazo de El Bierzo (si no has probado la uva mencía, ya estás tardando!) Mi hermano, que es un moderno, trajo este año una edición especial de un vino de Zamora, Tridente, con una etiqueta diseñada por 72kilos, un ilustrador que me encanta. Muy moderno todo, querida, mi hermano es así. Y el vino, todo hay que decirlo, un tempranillo espectacular (al principio engaña, pero déjalo airearse un poco y vas a flipar). Y como somos todos de mente abierta, pues si aparece mi tío Pepe con un champagne francés Veuve Cliquot, pues nos lo mandamos tan a gusto. ¡Qué descubrimiento de champagne, por favor! ¡Que viva el Tito Pepe!

Y tú dirás, ¿y a mí qué me importa lo que beba esta tía en su casa? ¿Y qué tiene que ver todo esto con el rollo de los egipcios y los romanos? Pues amiga, tiene que ver TODO, porque si te gusta el buen vino, disfrutarás cual devoto de Dionisos, de Baco, monje cisterciense o sacerdote de Ra, de cada uno de los vinos que pruebes, desde el que venden a granel en cualquier bodeguita hasta el champagne francés que vete a saber cuando ganas para comprar con tu sueldo (¡Que viva el Tito Pepe!), tal y como hicieron nuestros antepasados. Que para eso lo llevas en la sangre, querida. Porque cuanto más pruebes, más sabrás apreciar un buen vino independientemente de su precio. Y te darás cuenta de que lo importante no es el vino en sí, sino LA EXPERIENCIA que rodea al vino: los sabores que te recordarán el momento durante años, la mesa puesta con «tó sus avíos» (o sea, engalanada) y las risas y el amor con quienes compartiste.

Te animo a probar y probar, con mesura y calidad; a cerrar los ojos cuando des un primer sorbo e intentes captar los aromas, los matices y el alma del vino (que la tiene, te lo juro!). Y que combines los vinetes con unos platillos u otros y disfrutes la experiencia. Lo poquito que sé sobre eso, te lo cuento en otra entrada. Hasta entonces, te deseo un felicísimo 2021 y brindo a tu salud.