
Este invierno está lloviendo mucho.
UN MONTÓN.
Si me estás leyendo desde Asturias, probablemente estés pensando: -«define un montón, mi niña»- y yo tendré que reconocer humildemente que, si lo comparamos con la que está cayendo por la península, es prácticamente nada.
Pero claro, si tenemos en cuenta que ha estado más de un año sin caer ni una gota, pues chica, qué quieres que te diga, está lloviendo mucho.
Seguro he dicho en más de una ocasión que la tierra de Lanzarote es milagrosa.
Después de varias excursiones por el campo (caminar al aire libre es prácticamente lo único que se puede hacer con seguridad hoy en día), ME REAFIRMO.
Si con un par de días de lluvia y dos de sol se llenan las parras de brotes, después de casi un mes lloviendo, ni te cuento como está el tema.
VERDE IRLANDA, amiga.
Y eso sin exagerar.
La vid es un cultivo de secano, eso lo sabemos. Por ello, puede aguantar estoicamente algunos años de sequía, a los que sobrevive con más o menos producción de uva.
Por regla general, una vid puede sobrevivir con 250-300mm de agua al año. Eso, una vid de cualquier otra parte, claro, porque aquí en Lanzarote la media es de 150mm.
Sí amiga, lo que lees.
Por algo se le llama VITICULTURA HEROICA.
Y es que estas vides son auténticas campeonas, verdaderos camellos vegetales sentados en campos de lava. Es por eso que es necesario el rofe, y por eso no hubo vino (por mucho que los españolitos lo intentaron) hasta las erupciones de Timanfaya. Lo que pasó en aquellos años te lo cuento aquí.
Puede que pienses que teniendo agua ilimitada del mar cerca, y desaladoras, con regar las parritas solucionamos el tema.
Pues no funciona así, querida, porque añadir agua a la vid, sobre todo después del envero, puede suponer que los granos (las uvas, vaya) crezcan hermosos, a un tamaño mayor del habitual. Esto está estupendo para las uvas de Mercadona, pero no para hacer vino.
Más agua en la tierra supondría más agua en el grano y, por tanto, implica que los azúcares naturales y los sabores propios de la variedad se diluyan.
Tendríamos una producción mayor, pero de menos calidad. Por poner un ejemplo más gráfico, sería como echarle agua a un zumo.
Dicho esto, parece que te estoy vendiendo que es bueno que no llueva para que la cosecha sea buena, pero no. Cierto es que las parras (que en esto se parecen mucho a las personas) son más productivas cuando tienen que esforzarse porque no reciben todo lo que quieren, pero el agua es una bendición en estas tierras desérticas, un elemento necesario para que suceda la magia.
La cosecha de 2020 ha sido muy pequeña comparada con años anteriores, y una de las principales razones es la escasez de lluvia que hemos padecido, a la que se suma la terrible CALIMA que nos azotó en febrero y de la que te hablaré en otra entrada. Para compensar, este bendito suelo tiene algunas ventajas, que te cuento ahora:
Primero y principal, provee a las parras de una gran superficie de tierra húmeda de la que beber: el rofe obliga a separar las plantas unas de otras, al tener que cavar los hoyos para ayudarlas a llegar a la tierra fértil, que está abajo.
Incluso en zonas de enarenados, como Tinajo o Masdache, donde la capa de rofe no es tan profunda, las parritas se mantienen bastante separadas, lo que les deja mucho más espacio para las raíces.
Esto es buenísimo, porque cuanto más espacio tiene la raíz, más se ramifica y se expande. Como suelen ser viejitas, las raíces suelen estar muy desarrolladas.
Al no encontrar otra planta que les moleste, todita el agua que haya en el trozo de tierra que ocupan es para ellas. Pueden crecer lo que quieran, sin que la vecina venga a tocarle las narices.
Ojo, esto vale para las plantas «adultas»; las jovenzuelas necesitan más cuidados.
En algunas zonas de La Geria, donde la capa de picón es de unos 2 ó 3 metros, la humedad se puede conservar varios años sin apenas evaporación (es el famoso efecto «mulching», pero a lo bestia).
Por eso las parras tienen más posibilidades de supervivencia aunque no llueva en un largo periodo. Son como abuelas de posguerra, van bebiendo poquito a poco de lo que tienen, teniendo cuidado de no acabar con todo del tirón, por si acaso.
La lluvia del último mes y medio ha sido todo un regalo. Un regalo necesario además, porque ha servido para paliar el estrés que les ha supuesto a estas señoras ver cómo su despensa se iba vaciando y no había manera de llenarla. Una vez llena, han podido beber y coger energías para arrancar el nuevo ciclo.
Con el sol de los últimos días, muchas incluso se han espabilado y… ¡han brotado! Y no sólo ellas, sino también otras hierbas y flores que se han acoplado en sus hoyos, al abrigo del viento. Sacar a esas ocupas de la casa de la abuela (y no sólo a las hierbas y flores, sino a los inesperados brotes) supondrá, claro está, un trabajo extra para los viticultores..
Pero eso, curiosa amiga, te lo cuento en otra entrada.