Según la RAE, este bellísimo vocablo viene del latín in- (en) y variare (cambiar de color).

El Envero es la adolescencia de la uva, ese momento en el que, una vez ha alcanzado su mayor tamaño, se producen cambios internos y externos en ella que la hacen madurar y convertirse en algo precioso, sabroso.
Aquí en mi amada isla sucede más o menos por San Juan, o lo que es lo mismo, en torno al 23 de junio. En otras zonas más frías, en cambio, se suele dar durante el mes de agosto.
A partir de ese momento, en poco más de un mes, la uva está lista para ser vendimiada. Esto no es una ciencia exacta, claro; hay múltiples factores que influyen, como el tipo de suelo, la temperatura, el sol, el agua,…. Si quieres información más técnica, mándame un email y te cuento.
Dicen los lugareños que el envero es cuando «pinta» la uva, es decir, cuando cambia de color. Pero no es sólo eso lo que le sucede a nuestra amiga. Te lo explico:
Cual adolescente, pasa de ser simplemente verde a sacar su verdadero color: las blancas se tornan amarillas y doradas y las tintas se vuelven azules, negras o rosadas. No todas las bayas cambian a la vez, sino que lo hacen como la Naturaleza hace toda sus cosas: A SU RITMO. Qué belleza los racimos bicolores! Perdona que no sea muy técnica, pero es que me enamoro, y no existen tecnicismos en el amor.
El aspecto es el cambio más visible de esta variedad, pero no el único.
No me voy a enrollar mucho más, pero como a una adolescente más, a cada baya se le suben los niveles de azúcar, los taninos, y se define el aroma propio de cada variedad. El proceso tarda, en estas latitudes, un mesito mal «contao», o lo que es lo mismo, entre 30 y 50 días, después de los cuales
¡VOILÁ!
Cortar, procesar, elaborar, dejar que se redondee un ratito, y ¡vinito que nos echamos!.